El Roland Garros ha tomado una drástica decisión en una época que las drásticas decisiones parecen cosa solo de Donald Trump —y no tanto, véanse los aranceles—, Vladímir Putin y algún figura similar. Amélie Mauresmo, directora del torneo, ha asegurado que van a empezar a expulsar a la tropa indeseable. Según cuenta, y en esta redacción lejos de no tener razones para no creerla tenemos sobradas para sí hacerlo, hay tenistas que se han quejado por la actitud de algunos espectadores, que suelen ser los muy menos pero en una grada silenciosa son los que más destacan. David Goffin e Iga Swiatek han señalado comportamientos incívicos de los que en el mejor de los casos se creen graciosos y en el peor, con derecho de hacer lo que les dé la gana por —dicen sin vergüenza— pagar una entrada. “Hay que respetar siempre al tenista y al juego. No vamos a aceptar ningún insulto, lanzamiento de objetos ni cualquier otra cosa, y he dado al personal de seguridad instrucciones muy claras: quiero mantener el entusiasmo en torno al juego y nada más”. La cuestión será qué hacemos con cada vez más gente de esta en cualquier partido de cualquier categoría después de echarlos de Roland Garros, del frontón, de Anoeta o de Artaleku. Antes había una isla ignota como Australia a la que mandar a todo el personal de calaña dudosa, pero vamos tarde: hasta allí hay demasiados canguros como para enviar más saltimbanquis.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
