Sube la espuma fétida. Pedro Sánchez lo siente ya más de cerca. Acusa, personalmente y en su partido, el progresivo acoso dialéctico en torno a la corrupción, pero no se achanta. Daba por hecho que todos los medios que le esperaban con la guadaña desde las elecciones generales disfrutan voceando que su hermano irá a juicio por supuesta prevaricación. Por eso, como respuesta mediática, a la media hora ordena que se active toda una batería de medidas paliativas del drama de la vivienda, con intencionado acento fiscal, aunque su entrada en vigor no tenga fecha. De paso, asume también que el PP se sigue deleitando con el nuevo escándalo de otro socialista corrupto en Canarias y el sospechoso interés de Santos Cerdán por las obras públicas que controlaba el comisionista Koldo. Por eso, idea otro golpe de efecto y así, días después de que lo hiciera el Parlamento europeo, va y recibe a las víctimas valencianas de la dana, esas a quien Mazón no se atreve ni a mirar a la cara, prometiendo incluso un funeral laico de Estado. Por tanto, nada de doblegarse ante tantas vías de agua.
Sometido a una presión constante por las vías judicial y mediática, Sánchez busca la válvula de escape en el cuerpo a cuerpo. Ahí se siente superior y, posiblemente, con razón. Lleva ya varias semanas aplicando en el Congreso este manual de estilo. Combina con fluidez su lengua bien afilada para la descalificación implacable y el retrato mordaz de una derecha incapaz todavía de encontrar su sitio en estos tiempos de reconocida marejada gubernamental. Hasta que Feijóo no destierre al presidente de la Generalitat, despeje sin rastro todas las incógnitas sobre la afinidad con Vox y acote las interferencias de Díaz Ayuso, la pelea discursiva nace distorsionada por la desigualdad entre los contendientes. El PP sigue pensando que el árbol acabará cayendo, acechado por el desgaste. Fuera de sus acólitos, nadie asegura tal premonición. Fía su suerte a este desenlace sin plazos. Y diseña una oposición trufada de denuncias reiteradas, gritos y estereotipos de tuit rápido. Sirva como excepción dentro del marasmo semanal, la contundente andanada de su meritoria dirigente Esther Muñoz a la vicepresidenta Montero sobre el imperdonable retraso en las ayudas económicas comprometidas a los enfermos de ELA.
El PP sigue llevando demasiado lejos en ocasiones su antagonismo con Sánchez. Le acaba de ocurrir con el pretexto de Eurovisión, un festival de música convertido por culpa de la ignominia de Israel en un inimaginable emblema geoestratégico. Los populares no tardaron en atribuir, con cierto fundamento, la debacle de Melody a la denuncia, más significativa que desgarrada, que RTVE hizo de la barbarie a modo de correa de transmisión del pensamiento ideológico del Gobierno. Pero se quedaron con el envoltorio. El auténtico objeto de debate era proyectar al resto del mundo la denuncia a tanta barbarie y la impunidad de los halcones judíos, sin olvidar la asombrosa manipulación tecnológica en los votos de millones de espectadores europeos. No es de recibo que un partido democrático rehúya esta justificada recriminación. Ni siquiera Junts dudó en la crítica contundente por encima de las presiones lobbistas.
Ánimos caldeados
La tensión no baja sus decibelios. Bajo los ecos superados de los WhatsApps de Ábalos, la caldera hierve en Extremadura, en el Banco de España y hasta en el Tribunal Constitucional. Tampoco Santos Cerdán ha recuperado la tranquilidad a pesar de su repentino interés por formular preguntas en la Cámara relativas a la marcha de las infraestructuras. Hay demasiados fuegos abiertos. Un ruido que, curiosamente, oculta las excelentes expectativas de crecimiento de un país, al que se asigna la mayor subida de toda la UE. Quizá sea el reflejo más preciso de una dualidad donde conviven sin mirarse dos realidades, la política y la económica, tan antagónicas.
En el proceso abierto al hermano de Sánchez, la patética actuación del expresidente de la Diputación de Badajoz proyecta un escándalo político en estado puro. El elocuente miedo del dirigente socialista a una posible sentencia condenatoria se esparce sin freno junto a su descrédito.
En el TC, la batalla también es a degüello. El PP quiere alargar la resolución sobre la constitucionalidad de la amnistía, alegando que Europa debe decidir primero ante un caso de semejante trascendencia. Pincha en hueso. Conde-Pumpido no fue elegido al azar como presidente del Alto Tribunal. Por tanto, resulta comprensible apostar que el PSOE cumplirá con la palabra dada en las negociaciones de Suiza y en el verano Puigdemont volverá libre a casa.