Me equivoqué diciendo que el Giro se iba a ir a Sudamérica, a México o Ecuador; pero acerté al señalar que el Colle delle Finestre era un juez implacable y el principal enemigo para Del Toro. Un puerto que no defraudó. Brindó un espectáculo de gran ciclismo, sometiéndonos a la emoción de vivir en la incertidumbre, de asistir a la aventura de algo incierto e impredecible. Ahora abundan los análisis. Hay quien dice que falló Del Toro, que no puso toda la carne en el asador; otros que Carapaz debía haber colaborado con él a partir de la cumbre para asegurar su segunda plaza. No se tienen en cuenta varias cosas. En el UAE han dicho que Del Toro iba al límite tras Carapaz, con lo que tampoco podía darle muchos relevos en la subida. Por otra parte, la subida de Carapaz no fue lenta en absoluto, se prodigó en ataques desde abajo, y cuando se escapó Yates tampoco dejó de tirar para descolgar a Del Toro. Es lógico que después no le diera relevos en la bajada, ni camino de Sestriere, pues la única baza para ganar el Giro que tenía, tras pasar junto al líder por la cima, era que Del Toro se desgastara en un lucha individual, contrarreloj, para rematarlo en la subida a Sestriere. Si Yates no hubiera encontrado por delante a su compañero Van Aert, no era ninguna táctica alocada, sino sensata. Y, aunque se cargan las tintas sobre el inconmensurable trabajo de Van Aert en la bajada y el llano a favor de Yates, se olvida que la escalada de éste fue magistral. En la cima sacaba a Carapaz y Del Toro, 1’40”, con lo que ya era líder virtual, a pesar de que la pareja había subido también muy rápido. Yates batió el récord histórico de la subida, dejándolo por primera vez por debajo de la hora.

Finestre

Nadie contaba con las posibilidades del británico porque había mostrado signos de estar menos fuerte que sus dos adversarios. Sin embargo, Yates es un corredor que cuando tiene el día inspirado saca mucha diferencia en las subidas. Sube con mucho desarrollo, y cuando lo mueve bien, los huecos que abre son considerables. Es lo que pasó en la Finestre, se sintió bien y voló. Carapaz tiraba fuerte, pero se percibía en el rodar la velocidad diferencial de Yates, que se tragaba el asfalto y luego la tierra. Si le empujó o no el afán de sacarse la espina clavada en 2018, en ese mismo puerto, cuando tenía el Giro en el bolsillo, no lo sé. Seguramente. Porque lo mental empuja mucho, cuando las fuerzas escasean resulta decisivo ese factor, llámese venganza, deuda histórica, maillot de líder que da alas, o el amor de Penélope que espera en el puerto, tras largos derroteros y travesías sin fin.

La táctica de la etapa se asemeja mucho a aquella del final de la Vuelta de 2015 por la sierra madrileña, cuando Fabio Aru se escapó, en el puerto de la Morcuera, de Tom Dumoulin. El holandés actuó con sangre fría, pensando que taparía luego el hueco. Pero Aru encontró a otros compañeros por delante que le llevaron volando a meta, revolucionando la prueba y destronando a Dumoulin, que había parecido el más fuerte de esa edición.

Simon Yates

Simon Yates me recuerda mucho al Tarangu, José Manuel Fuente, aquel escalador asturiano que a mediados de los setenta plantó cara al mismísimo Eddy Merckx, sobre todo en los Giros, y particularmente en los de 1972 y 1974. En el Giro de 1974 lo tuvo en la lona, al borde del KO. Era espectacular ver cómo subía Fuente los puertos, pleno de potencia, con unas multiplicaciones que nadie más era capaz de mover con soltura contra las pendientes de los puertos. Y por eso, cuando estaba fino, sacaba mucha distancia al resto. En las subidas aguantaba mucho rato de pie sobre los pedales, y ese hecho de ir de pie significa, siempre, que uno mueve desarrollo, “tuerca”, como se dice en el argot ciclista. Muy parecido a Yates.

El Colle delle Finestre, no es un puerto histórico en el Giro. Se subió por primera vez en 2005, y desde entonces se ha subido sólo cinco veces. Los organizadores lo dosifican para mantener intacta su aura de coloso terrible. No fue incluido ese año porque se acabara de abrir la carretera, ya que ésta se abrió con carácter militar en 1890, en un enclave histórico estratégico en la época, entre Francia, Italia, y el imperio austrohúngaro. El hecho de que tuviera los ocho últimos kilómetros sin asfaltar, en tierra, disuadió a los organizadores, hasta que este tipo de suelos, el sterrato se puso de moda en el ciclismo de carretera. Eso eliminó las últimas resistencias. La idea de servir como promoción de las Olimpiadas de Invierno de 2006, a celebrar en el Piamonte, región de la Finestre, también ayudó a incluirlo en el Giro de 2005.

Traca final

Ha sido un Giro hermoso, con el añadido de la traca imprevista final. En el que hemos visto a un corredor que será una figura, Isaac Del Toro, que además sabe perder, pues tras la derrota no buscó culpables, ni se derrumbó. Estaba alegre porque había comprobado que era un corredor de elite. Con sólo 21 años tiene un futuro glorioso por delante.